El maravilloso libro «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», escrita por el extraordinario periodista y cineasta chileno Luis Sepúlveda, es una novela de amor de género ficción literaria. Publicada en el año 1988, de idioma español y ambientada en la selva amazónica de Ecuador.
Argumento de «Un Viejo que Leía Novelas de Amor»
La obra «Un Viejo que Leía Novelas de Amor» Recibió el Premio Tigre Juan (Oviedo) en el año 1989, que es un galardón literario español. Fue presentada cinematográficamente en el año 2001 a cargo del director de origen australiano Rolf de Heer. Con guión del escritor y protagonización de Richard Dreyfuss. Su reparto estaba constituido por Timothy Spall, Hugo Weaving, Cathy Tyson, Víctor Bottenbley y Guillermo Toledo.
«Un Viejo que Leía Novelas de Amor», es una fascinante y atrayente novela que relata la historia de Antonio José Bolívar Proaño. Un colono, del lejano y escondido poblado El Idilio, región amazónica perteneciente a la tribu de los indígenas Shuar.
Con ellos aprendió a identificar los frutos permitidos, conocer los animales, costumbres, rituales, nadar, cazar, defenderse y respetar la leyes de la selva. Después de vivir amargas experiencias donde la soledad era su compañía descubrió que su mundo se hacía mágico a través de la lectura. En especial las novelas de amor, con tristeza y final feliz.
Estructura de la Obra
La extraordinaria narración de «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», está conformada por ocho capítulos. En cada uno de ellos se describe detalladamente como fue que Antonio José Bolívar Proaño, después de tantas experiencias vividas llegó a convertirse en el viejo que leía novelas de amor.
Reseña
La novela «Un Viejo que Leía Novelas de Amor» relata la vida de su protagonista, el colono Antonio José Bolívar Proaño. En ella se hace referencia a las experiencias, formas de vida, costumbres, rituales, alimentación, caza y defensa que practica la tribu indígena Shuar. Esta tribu le enseñó cómo conocer la selva amazónica y cómo convivir en ella amándola y preservándola con reverencia.
El autor de «Un viejo que Leía Novelas de Amor», se adentra en la inmensidad mostrándole al lector la importancia de proteger y respetar la flora y fauna. Hizo presente el comportamiento indiscriminado de los buscadores de oro y plasma claramente las consecuencias que puede conllevar la caza fuera de temporada y peor aún de animales no permitidos.
De una forma subliminal exhorta a atreverse a entrar en el maravilloso mundo de la lectura como lo hizo el protagonista principal. Que vivió fuertes momentos donde no tenía a más nadie, sólo a su soledad. Encontrando en ella la vida que no conocía y que por medio de la imaginación le da la alegría de vivir. Nos encaminará en su vivencia hasta convertirse en «Un Viejo que Leía Novelas de Amor».
Personajes
La obra «Un Viejo que Leía Novelas de Amor» tiene en su relato los siguientes personajes principales:
Antonio José Bolívar Proaño
Hombre que se casó a los quince años con Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñan Otavalo. La necesidad los obligó a darle un giro a su vida. Se convierte en un colono de la selva amazónica, llegando al poblado El Idilio. Pierde a su esposa y se queda solo. Los pobladores de la tribu Shuar le enseñan la vida en la amazonia pero su apoyo no dura mucho. Entre tanto descubre su forma magíca de vivir a través de la lectura, conviertiéndose así en «Un Viejo que Leía Novelas de Amor».
Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñan Otavalo
Esposa de Antonio José Bolívar Proaño. Muere de malaria a casi cumplir dos años de haber llegado al poblado El Idilio en la selva amazónica. Era muy religiosa y sentiá que toda acción y unión de pareja era un pecado.
El Alcalde «La Babosa»
Apodado de ese modo por sudar sin parar. Es violento, abusivo, altanero y dominante. Es detestado por los habitantes de El Idilio. Los reprime y los obliga a pagar impuestos sin sentido. Su mejor manejo es el del alcohol.
Los Shuar
Tribu indígena de la selva amazónica. Llevan poca vestimenta. Aman y respetan la naturaleza. Son fieles a sus creencias y rituales. Son nómadas, se mudan de sitio cada cierto tiempo para darle equilibrio al ambiente. Se caracterizan por practicar la tradición ancestral de la reducción de cabezas.
Doctor Rubicundo Loachamín
Odontólogó que atiende semestralmente a los habitantes de el poblado El Idilio. Amigo de Antonio José Bolívar Proaño. Es quien lo ayudó a conocer el fantástico mundo de la lectura hasta convertirse en «Un Viejo que Leía Novelas de Amor».
Nushiño
Compadre de Antonio José Bolívar Proaño. Es considerado un Shuar aunque no lo sea. Es acogido como uno de ellos.
Resumen por Capítulos de «Un Viejo que Leía Novelas de Amor»
A continuación se presenta de este maravilloso libro titulado «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», un compendio por capítulo. Plasmado de forma minuciosa haciendo énfasis en los detalles más relevantes.
CAPÍTULO PRIMERO
El cielo amenazaba con la llegada de la lluvia. La piel se sentía húmeda y el fuerte viento movía las pequeñas y delgadas plantas de banano. Los escasos habitantes de El Idilio, junto a las personas que les atraía las aventuras se reunían en el alrededor del muelle en la espera del odontólogo Rubicundo Loachamín.
Este iba dos veces al año para calmar o aliviar los dolores de sus pacientes utilizando una inusual anestesia bucal que era un buche de aguardiente. Odiaba al gobierno y mientras sus pacientes no aguantaban el dolor decía en voz alta todo lo que le provocaba. Además les aseguraba que sus dolores y problemas en sus dentaduras era culpa del gobierno. De igual forma iba en contra de los gringos que algunas veces se aproximaban provenientes de las instalaciones petroleras del Coca.
Una vida simple y monótona
Muy cerca del muelle se avistaba la tripulación del Sucre a su espera, tomando racimos de banano y sacos de café sin procesar. Al mismo tiempo a un lado se apilaba la mercancía desembarcada constituida por lo habitual. Cajas de cerveza, aguardiente de Frontera, sal y bombonas de gas.
Los tripulantes iniciarán su navegación tan pronto finalice su trabajo el dentista. Se dirigirán subiendo las aguas del río Nangaritza para posteriormente llegar al Zamora. Transcurridos cuatro días de escasa rapidez llegarán al desembarcadero El Dorado. Volverán a El Idilio cuando culmine la temporada de lluvias. Todos saben que sus visitas a este sitio es dos veces al año e igualmente lo hace la persona encargada del correo. El único que recibe rara vez la correspondencia es el alcalde.
Lo que les causa regocijo a los habitantes es recibir al odontólogo. Ni las provisiones les da tanto alivio. Éste siempre lleva consigo las dentaduras postizas a precios módicos y ellos se las colocaban hasta dar con la acertada en tamaño. Mientras él las va desinfectando.
Los pobladores de las orillas de los ríos Zamora, Yacuambi y Nangaritza ven el sillón del doctor Rubicundo Loachamín como toda una institución. El espacio que éste utiliza lo llamaba «la consulta» reiterando que sólo mandaba él.
Se retarda la navegación
Los indígenas rechazados por su pueblo o jíbaros son los únicos que se muestran complacidos y sonrientes al verlo. Sus pacientes a pesar de alegrarse, tienen cara de susto. Por otro lado están los Shuar que son los excelentes conocedores del amazonas. Al terminar de atender a los pacientes, mientras recoge sus cosas, ve pasar una canoa de un Shuar, llegando al Sucre. Le explica algo al patrón de la embarcación y éste se va con el Shuar diciéndole que deberán esperar para zarpar. Está por llegar un gringo muerto.
Esto incomoda al doctor, primero por el poco espacio de la embarcación y segundo porque ya estaban retrasados. Trasladó sus cosas al Sucre y se dirigió al muelle donde lo espera Antonio José Bolívar Proaño. Un viejo amigo que siempre le lleva la cuenta de su trabajo desde lejos. Le ofrece un trago de su botella de Frontera y charlan acordándose de una anécdota. Un paciente que solicitó quitarse toda la dentadura por una apuesta que le hizo ganar unas cuantas pepitas de oro.
A todas estas el doctor se da un buen trago del aguardiente de caña y se le quema la garganta. Al instante se aproximan dos canoas y una de ellas se le veía a simple vista la cabeza del hombre muerto.
CAPÍTULO SEGUNDO
El alcalde era la única supuesta autoridad que lo menos que daba era temor. Sólo sudaba y por eso lo apodaron la Babosa. Su verdadera ocupación es tomar de forma lenta y acertada sus cervezas para que no se le acaben tan pronto. Porque de lo contrario no aguantaría esperar a que llegara nuevamente el Sucre.
Decían que lo habían enviado a ese sitio por castigo a un fraude. Al acabarse su cerveza, la única esperanza que le quedaba era que un gringo le regalase whisky. No bebía aguardiente porque le causaba pesadilla. Vivía con una indígena a quien golpeaba y le acusaba de tenerlo embrujado. Era detestado por todos y ya tenía siete años gobernando y atemorizando al pueblo con cobros de impuestos y permisos. Ordenó construir una choza de cañas que utilizaba para encerrar a los que no pagaban las multas y alteraban el orden público.
Todo era distinto con el anterior alcalde que utilizaba el eslogan «vivir y dejar vivir». Él fue el que logró la llegada de barcos con la visita del odontólogo, las provisiones y el correo. Su mandato duró poco porque tras un problema con los buscadores de oro fue asesinado. Lo encontraron con la cabeza abierta a causa de machetazos y bastante comido de hormigas. Después de eso duraron años sin alcalde hasta que llegó la Babosa. Esa es su carta de presentación.
Revisan el cadáver del gringo
Llega rápidamente el alcalde al muelle y ordenó subir el cadáver del gringo que estaba en la canoa. Se trataba de un hombre de contextura fuerte, rubio, que no tenía más de cuarenta años. Al preguntar cómo había sido encontrado los Shuar se miraron. Luego un indígena respondió que fue encontrado río arriba a dos días de distancia. Tenía el ojo derecho devorado y un desgarro en el mentón que le llegaba al hombro derecho.
El alcalde culpó a los Shuar de haberlo asesinado y ellos lo negaron. Él le dió un golpe al que habló cortándole la frente. A todas estas Antonio José Bolívar Proaño aseveró que esa herida no era de machete. Se acercó al cadáver, lo revisó y le explicó al alcalde que esa herida era de un zarpazo de tigrillo. Ya el cadáver se estaba descomponiendo.
El alcalde continuó culpando a los Shuar pero los curiosos estaban atentos a lo que decía Antonio José, que completó diciendo que además era una hembra. Que al matarlo lo orinó para marcarlo y no se acercaran otros animales mientras iba en la búsqueda del macho que debía estar muy cerca. Pues la respuesta del alcalde fue apuntarlos con el cañón para obligarlos a callarse.
La verdad no es lo que se supone
Entre tanto el doctor habla diciendo que los Shuar para hacerlo debían tener un motivo. El alcalde le respondió que para robarlo seguramente mientras les llamaba salvajes. El doctor captó lo que deseaba Antonio José. Con la ayuda de un indígena tomaron las pertenencias de este hombre.
Al revisar lo que llevaba en su mochila se percataron que tenía municiones y pieles de cachorros. Todo indicaba que hirió al macho, por eso la hembra lo mató. Ahora ha de estar enloquecida sabiendo a sus cachorros muertos y el macho herido.
Lo terrible para ellos es que esta hembra mató al gringo y saboreó la sangre humana y todo humano será perseguido por ella. Antonio José sugirió que dejasen ir a los Shuar para que alerten al poblado. Cada día que pase será peor que el anterior porque el peligro se incrementará. Este gringo realizó una caza fuera de temporada y para colmo de una especie prohibida.
Todo indica que el gringo agonizó una media hora con una muerte horrible con ese animal arrastrándolo y bebiendo su sangre. Deben avisarle a los buscadores de oro porque una tigrilla enloquecida es más peligrosa que veinte asesinos juntos. A esto el alcalde ni respondió y lo que hizo fue irse para el puesto policial de El Dorado. Mientras unos hombres arreglaban un cajón para colocar y transportar el cadáver.
El patrón del Sucre estaba perdiendo el control. Le pusieron sal al cajón aunque se sabía que no serviría de nada. Lo correcto era lo que normalmente hacían que consistía en sacarle los órganos y rellenarlo de sal. De esa forma aguantaría la descomposición hasta la llegada. Mientras, Antonio José y el doctor toman de la botella y fuman viendo el río sentados sobre bombonas de gas.
Un viejo que leía novelas de amor…
El doctor bromea con su amigo diciéndole que no le conocía esa faceta de detective. Le comentó que con tanta cuestión se le había olvidado que tenía dos libros de amor para entregarle. El viejo estaba contento porque era su lectura preferida y siempre esperaba el nuevo ejemplar que le llevaría.
Antonio José leía novelas de amor, con sufrimiento y final feliz. Ese gusto era difícil de complacer por el doctor y para lograrlo lo ayudó su amiga íntima Josefina, quien tenía los mismos gustos de lectura.
Le entrega los libros al mismo tiempo que suben el cajón al Sucre. El alcalde vigila que todo se realice en orden y a la vez envía a una persona a recordarle al dentista no olvidar su pago de impuestos. Éste le entregó el dinero respondiendo que era honesto. En la conversación el doctor le recomienda a su amigo que se negara a participar en la cacería. El viejo le responde que a veces tiene deseo de casarse de nuevo, que quizás algún día le pida ser su padrino.
El Sucre anuncia zarpar a través de las campanadas y ellos se despidieron. Antonio José Bolívar Proaño se quedó en el muelle hasta que ya no podía ver a el Sucre y decidió no volver a conversar quitándose su dentadura postiza y guardándola en su pañuelo. Apretó los libros en su pecho y se dirigió a su choza.
CAPÍTULO TERCERO
El viejo Antonio José Bolívar Proaño sólo sabía leer. Tomaba las novelas y las leía silábicamente hasta alcanzar a decir la frase completa. De esa manera sentía el sentimiento y lenguaje humano. Tenía dos pertenencias muy queridas, su dentadura y su lupa para leer. Vivía en una pequeña choza, solo y con pocas cosas. Él le hizo un buen techo y una ventana que daba al río. Construyó una alta mesa para comer y leer y así no sentarse.
Junto a la puerta tenía una deshilachada toalla y se veía el jabón con el que limpiaba, lavaba y se bañaba. Cerca de su hamaca se apreciaba un retrato, que era él junto a la mujer Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñan Otavalo. Ellos se conocieron de niños en San Luis que era un poblado serrano cercano al volcán Imbabura.
La vida puede cambiar en un momento
Apenas tenían trece años cuando se comprometieron, dos años después se casaron. Los siguientes tres años vivieron con su suegro, que falleció cuando alcanzaron los diecinueve años. Heredaron unas pocas tierras que cultivó junto a otras. Sólo lograba lo imprescindible. Dolores no salía embarazada. Ella se aislaba porque decían que no servía. Mientras, él le daba todo el consuelo y apoyo posible. Iban donde curanderos y tomaban hierbas.
A él le propusieron que en las futuras fiestas de San Luis por la confusión y los tragos sus amigos tuvieran relaciones con ella y lo rechazó totalmente. Se negó a ser padre de un hijo de carnaval. Por otro lado a sus oídos llegó el plan que tenía el gobierno de colonizar el amazonia. Él pensó que sería un cambio excelente que podría ayudarlos. Antes de las fiestas de San Luis arreglaron sus cosas, cerraron la casa y así empezó el viaje que de seguro cambiaría sus vidas.
Se trasladan al Amazonas
A las dos semanas de viaje llegaron al puerto El Dorado. Viajaron otra semana en canoa hasta llegar a una esquina cerrada del río, avistando a El Idilio. La única construcción que había era una choza de calamina que era el centro de todo. Servía de oficina, bodega de semillas, sitio de herramientas y de hospedaje. Después de un papeleo eran legalmente colonos.
Les dieron dos hectáreas de tierra, un par de machetes, unas palas, unos sacos de semillas y un apoyo que jamás llegó. Ellos construyeron su choza. Cuando llegó la primera estación de lluvia ya no tenían provisiones. Vieron morir a los primeros colonos, algunos por fiebres, otros por ingerir cosas desconocidas y el resto porque los mataban los animales.
Estaban desesperados, sin ayuda y sin saber qué hacer. De pronto llegó la salvación, unos indígenas que eran los Shuar. Con ellos aprendieron a cazar, pescar, fortalecer la choza, identificar los alimentos que no les harían daño y lo más importante que era convivir en ese ambiente. Trataron de cultivar pero fue en vano. Su esposa no llegó a superar el segundo año. Muere por la malaria. Ya José Antonio estaba condenado a jamás regresar.
Empieza la soledad
Sólo tenía la compañía de sus recuerdos. Odió la selva hasta que se dió cuenta que no tenía sentido. Al participar en las cacerías aprendió el idioma de los Shuar. Se aisló. No se comunicaba y andaba semidesnudo. Los nuevos colonos lo veían como a un desquiciado. Nunca había sentido la libertad y ahora hacía lo que quería cuando quería.
A los Shuar les complacía compartir con Antonio josé. Ellos le hacía preguntas de cómo era el sitio de donde venía y esas cosas. A los cinco años de estar ahí se percató de que jamás abandonaría ese sitio, una mordedura de una equis con sus dos colmillos le dió ese mensaje. Tras esa mordedura por accidente, logró cortarle la cabeza con su machete y como pudo se fue caminando al cacerío de los Shuar.
Antonio José podría fallecer
Llegó casi sin vida, no podía hablar de lo hinchado. Perdió el conocimiento después de mostrar la cabeza del animal. Un brujo lo curó después de días de fiebre, con brebajes, baños y alimentos especiales. A las tres semanas empezó a caminar. Mientras se recuperaba le dijeron que no podía salir del cacerío. Las mujeres lo atendían muy bien.
Cuando los pobladores Shuar le vieron recuperado le dieron obsequios, haciéndole entender que todo fue una prueba de aceptación de los dioses. Lo homenajearon, lo pintaron y les pidieron danzar con ellos.
La celebración de la vida
Por ser uno de los pocos que logró sobrevivir a esa mordedura debía haber una celebración con la Fiesta de la Serpiente. Cuando finalizó la celebración le dieron lo que bebería por primera vez, un dulce licor alucinógeno, llamado natema.
En su sueño alucinado se vió como un Shuar, pensaba y sentía como ellos. Perseguía a lo que sería era un animal de ojos amarillos. Él sintió que eso fue una señal que donde le ordenaban quedarse y lo hizo.
El Shuar Nushiño era su compadre. Él llegó a ser parte de ellos después de que le salvaron la vida porque así lo permite la hermandad de sangre. Casi siempre Antonio José y Nushiño se hacían compañía y cazaban. Cuando José Antonio estaba solo se dedicaba a rastrear serpientes para sacarles el veneno y venderlo a un agente de laboratorio que pagaba muy bien.
No le importaba ser mordido porque sabía que sólo tendría días de fiebre y delirio. Nada más. Ya era inmune. Le gustaba presumir sus cicatrices ante los colonos. Poco a poco su cuerpo fue cambiando, adquirió músculos y gran flexibilidad.
Parecía un Shuar
Conocía la selva, nadaba y rastreaba tan igual como los Shuar. Eso lo unía a ellos y a la vez lo obligaba a retirarse de tiempo en tiempo. La ausencia da la alegría de la llegada.
A través de las estaciones aprendió de ritos y secretos. Participó en los cantos anents que son los poemas y entonaciones de gratitud a las cabezas reducidas de los enemigos muertos como guerreros dignos.
Por no ser un Shuar, no le era permitido tener esposas. Sin embargo el Shuar anfitrión en la estación de lluvia le afrendaba una mujer. Esta lo conducía al río y después de entonar los anents y un extenso ritual se acariciaban en la choza. Era una amor que describía ser sin posesión y sin celos.
Llegan y llegan de todos lados
Los Shuar acostumbraban a trasladarse cada tres años para dejar que la naturaleza se recuperara de la estadía de ellos. Pero ahora por el cambio que daban las máquinas abriendo caminos se trasladaban antes de ese tiempo. Entre cada estación se iban con sus chozas y huesos de sus seres queridos. Trataban de alejarse lo más que pudieran de los que llegaban a las orillas del Nangaritza.
De un momento a otro aumentó la presencia de nuevos colonos. Les ofrecían desarrollo ganadero y maderero. Junto a ellos el alcohol empeorando a los pobladores débiles. Lo evidentemente peor fue el destrozo de los nuevos buscadores de oro. Mientras más se acercaban, más se alejaban los Shuar. Únicamente estaban acostumbrados al contacto íntimo con la selva.
Un día Antonio José se empieza a percatar del paso de los años en su vida. Siente que debe marcharse. Determinó que debía quedarse en El Idilio y vivir de lo que pudiera cazar. En el transcurrir se encuentra construyendo una canoa cuando escucha una explosión. Están los Shuar llorando. Habían puesto una dinamita donde desovaban los peces y todos murieron.
Unos extraños los apuntaban con armas. Hirieron a un Shuar y mataron a otro. Se fugaron en una embarcación pero los Shuar los persiguieron. Sólo uno de ellos logró saltar, nadar y escapar entre la selva. El Shuar agonizante era su compadre Nushiño.
La defensa equivocada
Antonio José debía ser leal a los Shuar y decide ir tras el hombre que escapó armado con su cerbatana. Nadó, se adentró y lo encontró. El hombre lo amenazó con la escopeta, Antonio José lo golpeó con la cerbatana, forcejearon hasta que le quitó el arma. El hombre tomó un machete. Antonio José nunca había tomado un arma pero igualmente al verse amenazado le disparó cayéndole en el abdomen. El hombre se retorcía. Lo ató por los tobillos, se lo llevó arrastrándolo hasta el río y cuando se adentró lo sintió muerto.
En la orilla del frente lo esperaban los Shuar. Cuando lo vieron con el hombre muerto lo ayudaron a salir. Lloraban por Antonio José y por Nushiño. Por comportarse como un Shuar debía haberlo matado usando su cerbatana con un dardo envenenado. Como no lo hizo ahora el compadre Nushiño no lograría descansar, molestando a todo a su paso. Su ahora deshonra sería la eterna desdicha de su compadre.
Por lo sucedido los Shuar lo expulsaron de su comunidad. Le entregaron la mejor canoa, provisiones y lo abrazaron. Ya no podría compartir con ellos. Partió en un adiós.
CAPÍTULO CUARTO
Llega a El Idilio tras cinco días de navegación. Nada era como antes. Hasta habían construido una alcaldía. Navegó aguas abajo hasta que por cansancio se detuvo avistando un sitio donde hizo su choza. Los lugareños lo veían como a un salvaje por su forma de adentrarse en la selva. Su arma era la escopeta que usó para matar equivocadamente a ese buscador de oro. Todo era un verdadero desastre a su alrededor.
Los nuevos habitantes destrozaban la selva, atacaban a los animales, los mataban sin importarles que eran crías o que estaba preñada. Los gringos se comportaban igual. El trofeo era fotografiarse con las pieles. Después se iban dejando sus podridos trofeos que arrojaban los lugareños al río. Por otro lado los tigrillos atacaban a las reses esqueléticas.
Poco a poco observaba como la selva se convertía en un desierto. Buscaba estar lo más alejado posible. Cada vez había menos animales y los que sobrevivían eran más hábiles. Al igual que los Shuar buscaron adentrarse en la selva para no ser cazados.
Se convierte en paciente del doctor
Así es como Antonio José cada vez tiene menos por hacer iniciándose en el hábito de la lectura. Sentía que sus dientes se podrían, le salía un mal olor de su boca acompañado de dolor. Siempre observó de lejos al odontólogo Rubicundo Loachamín en sus cortas estadías cada seis meses. Sin ni siquiera llegar a imaginar que llegaría a ser su paciente.
Pero un día no aguantó y tuvo que ocupar el sillón de la consulta. Le dijo al doctor que él mismo se llegó a sacar muchos dientes pero que le era imposible los de atrás. Le pidió le limpiara su boca y que después debían discutir el precio de una de esas dentaduras postizas.
Ese mismo día llegó una pareja en la embarcación. Eran unos supuestos recaudadores de un nuevo impuesto. Pero no era así, fueron para ejecutar una mesa gubernamental. El alcalde tuvo como única opción llevar a los lugareños para recoger los sufragios secretos de las elecciones que se harían en un mes.
El inimaginable descubrimiento
Antonio José llegó y participó. Se asombró de ver que podía leer de a poquito. Ejecutó su voto y a cambio le dieron una botella de Frontera. Lo más importante de su vida fue el momento en que descubrió que sabía leer. Ahora aparte de ser inmune al veneno también podía leer pero no tenía qué leer. El alcalde accedió a prestarle unos periódicos viejos que para nada le parecieron interesantes.
Llegó un día en que del Sucre se bajó un clérigo que bautizaría a los niños y acabaría con los concubinatos. Duró tres días pero nadie lo llevaba a los caseríos donde se encontraban los colonos. Decide esperar en el muelle a que una embarcación lo saque de ahí. Sacó un libro con el que pasaría el tiempo.
https://www.youtube.com/watch?v=hopnRhgIu10
Se impresiona al ver un libro
Eso fue un detonante en los ojos de Antonio José. Se quedó esperando a que se durmiera agotado de tanto leer y esperar. Se le cayó el libro y Antonio José lo tomó. Cuando el cura despierta lo ve leyendo concentrado y entretenido. Era un libro de la biografía de San Francisco.
Él se interesa en el libro y además le pregunta al cura cómo es el mundo de la lectura. Se interesa por saber de cuantos temas podrían existir los libros. El cura le explica con paciencia citándole cualquier cantidad de rubros. El tema que le interesó fue el de libros de amor. Le pide al cura que le explique de qué tratan los libros de amor y éste le responde.
El Sucre zarparía, el cura debía irse y le dio vergüenza pedirle el libro. Se quedó en su soledad sin tener algo que leer. Pensó que para encontrar un libro debía ir hasta El Dorado.
Pone en práctica lo aprendido con los Shuar
Con la llegada de las lluvias abandona su choza, se lleva su arma, machete y cuerda adentrándose en la selva. Estuvo dos semanas en el territorio de los animales que los blancos invaden para cazarlos. Dispuso de trampas, cargó con frutos y evitó toparse con animales peligrosos. Con lianas y bejucos fabricó dos jaulas y se fue en busca de plantas de ayahuasca.
Desmenuzó papayas y las mezcló la pulpa con ayahuasca. Fumando esperó que fermentara. Se alejó hasta un riachuelo, donde acampó comiendo cualquier cantidad de peces. Al amanecer verificó su éxito en las trampas, seleccionó tres parejas, las metió en las jaulas y liberó el resto.
Después, sorpresivamente donde había dejado los frutos fermentando estaban gran cantidad de especies de aves, hasta dormían. En su jaula colocó una pareja de guacamayos azul y oro y otra de loritos shapul, que son muy buenos conversadores. Ya iba cargado y se fue a El Idilio. Al llegar, se puso a esperar la oportunidad para pedirle al patrón del Sucre poder viajar hasta El Dorado. Necesitaba el favor porque no tenía dinero. Le pagaría después de vender más adelante lo que llevaba en las jaulas.
Viaja a El Dorado
El patrón le respondió que consideraba cancelado el viaje con uno de los loritos porque eso era una promesa que le tenía desde hace mucho a su hijo. Antonio José le apartó una pareja porque si se separan mueren de tristeza. Ya tenía el viaje de ida y vuelta cancelado. Durante el viaje charlaba con su amigo el doctor, le dijo que el motivo era buscar libros.
Al escucharlo le pareció divertido. Le respondió que si era eso lo que quería, él se los podía proveer buscándolos en Guayaquil. Antonio José se siente muy agradecido, le dice que tan pronto sepa cuál será su lectura preferida se lo hará saber.
El Dorado no era una ciudad grande. Pero para Antonio José que ya tenía cuarenta años sin salir de la selva era algo impresionante. El doctor Rubicundo Loachamín lo llevó hasta la única persona que podía ayudarlo, que era donde la maestra de escuela. Logró que pudiera estar en el colegio a cambio de que ayudase en el oficio y en la elaboración de un herbario.
Llega por fin a su propósito
Después de que Antonio José logró vender las aves, la maestra lo llevó hasta la biblioteca. Él no podía creer tener tantos libros frente a sus ojos. Ella tenía unos cincuenta. Poco a poco los fue revisando con su lupa recién obtenida. Pasaron de ese modo cinco largos meses. Con los libros de geometría llegó a preguntarse si valía la pena saber leer. Su mente estaba llena de preguntas y respuestas.
Se grabó la frase leída, «la hipotenusa es el lado opuesto al ángulo recto en un triángulo rectángulo». Posteriormente, ésta frase causaba asombro entre el poblado de El Idilio. Cuando se las decía la tomaban como un trabalenguas que no entendían.
Se convierte en «Un Viejo que Leía Novelas de Amor»
En su aventura de lectura, descubrió que los de historia los razonaba como mentiras. Para nada les agradó. Edmundo D’Amicis y Corazón, le pareció una locura porque no podía ser posible que una persona causara tanto dolor a un joven. Hasta que consiguió lo que llenó su corazón, El Rosario, de Florence Barclay. Era de amor, había sufrimiento con mezcla de dicha y eso lo hizo llorar y empañar su lupa.
La maestra no le gustó su prefencia lectora, pero igualmente le permitió llevarse el libro a su regreso para El Idilio. Lo leyó una y cien veces frente a su ventana que daba al río. Así se disponía a hacerlo con las novelas que le entregaba el doctor en sus visitas semestrales. Su nueva dicha eran esos amores de lectura.
CAPÍTULO QUINTO
Se desata un aguacero en El Idilio. Antonio José Bolívar Proaño era un hombre de poco dormir. A lo sumo cinco horas en la noche y dos horas de siesta. De resto su actual ocupación pasó a ser la lectura. Le atraía ser «Un Viejo que Leía Novelas de Amor». Se imaginaba los misterios de amor descritos y los lugares donde ocurrían las cosas.
La ciudad más grande visitada por él era Ibarra, por eso se le hacía difícil imaginar ciudades como París, Londres, Ginebra, Praga o Barcelona. Durante el viaje realizado con Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñan Otavalo, hasta la llegada a El Idilio, pasaron rápidamente por ciudades. Entonces no podía hacer una apreciación de aseverar que en ellas el amor encontraría territorio. Le era fascinante imaginar la nieve.
Cuando en la noche no podía dormir, se iba al río, se aseaba y luego se disponía a cocinar. Tomaba un café que fortalecía con chorritos de Frontera. Le agradaba la estación lluviosa, sobre todo porque las noches eran largas y además podía obtener fácilmente los camarones para el desayuno.
Entre el aguacero avistan una canoa
Una mañana, en plena lluvia, se disponía a recolectar un puñado de camarones, cuando al sumergirse escuchó que gritaban el avistamiento de una canoa. Él no podía divisarla, tan fuerte lluvia no se lo permitía. A quién se le puede ocurrir navegar con esa lluvia. Se salió del río, corrió a la choza, guardó los camarones, se vistió y se fue al muelle.
El alcalde también llegó corriendo, sin camisa y con un paraguas que lo dejaba igual que a los demás de empapado. La canoa llegó sola y llevaba a un hombre muerto con la garganta destrozada, los brazos desgarrados. No tenía ojos y por tener a los costados de la embarcación sus manos expuestas, los dedos estaban mordisqueados por los peces.
Al ver eso, el alcalde dio la orden de subir el cuerpo. Fue reconocido por su boca. Era Napoleón Salinas, un buscador de oro. El doctor lo atendió la tarde anterior. Él era de los pocos que no se sacaba los dientes, cuando se les rompía prefería arreglarlos con parches de oro. Su boca estaba llena de oro.
Atacó de nuevo la tigrilla
El alcalde busca a Antonio José con la mirada y le pregunta si el muerto es también por la tigrilla. Después de revisarlo, con un movimiento de cabeza lo aseveró. Era frecuente que éstos perdieran la vida buscando oro durante las lluvias y crecidas. Por eso no lo tomaban en cuenta.
Todo indicaba que trató de defenderse del animal y no lo logró. Llevaba hasta el oro en sus bolsillos. Seguramente como se fue ebrio en la noche, se quedó en la orilla del río y lo sorprendió la hembra enloquecida. Herido llegó hasta la canoa pero se desangró. El alcalde tomó las pepitas de oro que llevaba Napoleón Salinas y las repartió entre los presentes. Luego empujó con su pie al muerto y lo dejó caer al río.
Todo indica que está muy cerca de ellos
El alcalde muestra señal de irse pero nadie lo sigue. El poblado espera que la autoridad les de una explicación a lo sucedido. Los tigrillos no se meten en el río con ese tiempo y eso quería decir que se encontraba en El Idilio. El alcalde no sabía que responder y les hacía creer que estaba pensando.
La lluvia aumentó repentinamente. Después de no tener una respuesta les dijo que como observaron el cadáver no tenía ojos y estaba medio comido por los animales pequeños. Eso quería decir que había ocurrido a una distancia considerable mientras la canoa hacía su viaje.
Antonio José opina diciendo que era posible, pero que tenían que tomar en cuenta que el cadáver no tenía mal olor ni estaba rígido. Dio media vuelta sin esperar respuesta a lo dicho. Lo esperaban los camarones que guardó.
Cuando llegó a su choza divisó entre la lluvia la silueta obesa del alcalde que aún permanecía en el muelle, que creía taparse con su paraguas negro. Parecía un gigantesco y sombrío hongo.
CAPÍTULO SEXTO
Preparó los camarones, se los comió, limpió su dentadura postiza, la guardó en su pañuelo, limpió los restos arrojándolós por su ventana, despejó la mesa, abrió la botella de Frontera y tomó una novela. Le gustaba haber descubierto que era «Un Viejo que Leía Novelas de Amor».
El relato que leía empezaba con un hombre que besaba «ardorosamente» a su novia en presencia de un amigo, estando en una góndola. Empezó por preguntarse que sería una góndola, parecía ser una canoa por lo que dicen. No le pareció bien que la besara en presencia de un amigo. Y si lo hacía de esa forma no sentía que le respetaba.
Se preguntaba cómo sería besar así
Recordó que a la única mujer que llegó a besar fue a su esposa. También que la besó muy pocas veces porque ella se reía o le manifestaba que podía ser pecado. Quizás en algunas ocasiones lo hizo «ardorosamente», pero no lo sabía.
Entre los Shuar es distinto, para ellos besar era una costumbre desconocida. Practicaban las caricias por todo el cuerpo estando solos o acompañados. En cuanto al amor, las mujeres se sentaban encima del hombre porque decían que así sentían más mientras entonaban antes, eso lo hacía diferente. Pero no se besaban.
También recordó un incidente donde a una mujer ebria fue besada a la fuerza por un buscador de oro y ésta reaccionó violentamente mostrando asco. Pensaba que si eso era besar «ardorosamente» quería decir que el de la novela era un puerco.
Llegó la hora de la siesta y ya había leído una cuatro páginas. Estaba molesto por no poder imaginar a Venecia como la describían. La palabra góndola lo atrapó. Tanto así que decidió llamar a su canoa «La Góndola del Nangaritza».
Un animal fue atacado
Se fue a su hamaca imaginando como sería salir de una casa y montarse en una góndola para trasladarse. Luego de descansar en la tarde volvió a comer sus camarones y se dispuso a continuar siendo «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», cuando de repente escucha un gran alboroto. Apenas puede ver por la ventana porque llueve muy fuerte. Se trababa de una acémila o mula que venía como loca por el sendero sin que pudieran detenerla.
Tanta fue la curiosidad que tomó un plástico para cubrirse y salio a averiguar. Unos hombres lograron acorralar al animal desesperado, hasta agarrarlo. El pobre animal tenía una gran herida desde la cabeza hasta el pecho. El alcalde llegó tan rápido que dejó el paraguas, ordenó tumbar al animal y lo sacrificó con un disparo. Se trataba de la mula del colono Alkasetzer Miranda que está afincado a unos siete kilómetros de El Idilio.
Este hombre ya no cultivaba sus tierras, tenía un pobre puesto de venta de aguardiente, tabaco, sal y alkasetzer, de ahí provenía el apodo. Ahí llegaban los buscadores de oro cuando querían evitar llegar hasta El Idilio. El animal llegó ensillado, lo que quería decir que el jinete estaría en algún lado. El alcalde ordenó salir al amanecer a la búsqueda. También dijo que trocearan el animal.
Lo que sucede pasa desapercibido
La carne fue llevada hasta el portal de la alcaldía donde el gobernante la repartió entre los presentes. El alcalde le preguntó a Antonio José qué parte prefería y éste respondió que un trozo del hígado, agradeciendo la gentileza. Pero con eso el gordo ya lo había metido en el grupo y no era agradable. Se fue a su choza con la porción de hígado aún caliente. Los hombres arrojaron al río las partes que no tomarían. Ya en la noche los perros se peleaban las tripas de la víctima.
Molesto y maldiciendo freía el hígado con palitos de romero. Lo habían sacado de su tranquilidad y de la concentración de su lectura. Lo molestaba que la expedición del día siguiente le trajera problemas. El alcalde le tenía el ojo puesto después de lo sucedido con el gringo muerto y los Shuar. Incómodo se puso su dentadura y se dispuso a comer. Siente que ha caído en una trampa del alcalde.
Una visita inesperada
Desde hacía muchos años no llegaba una lancha a El Idilio como la que arribó. Era a motor, moderna y cómoda. Se bajaron cuatro norteamericanos con cámaras fotográficas, víveres, artefactos desconocidos y muchísimo whisky. Estuvieron varios días con el alcalde. Hasta que estando todos ebrios el gobernante los llevó hasta su choza y lo señaló como el mejor conocedor de la amazonia.
El gordo apestaba a alcohol y lo nombraba como su amigo y colaborador. A todas estas los gringos no dejaban de tomarle fotos a ellos y a todo lo que veían o estaba frente a sus narices. Sin pedir permiso entraron a su choza y entre risas uno de ellos tomó el retrato donde estaba junto a su esposa. Lo puso en su mochila y colocó unos billetes sobre la mesa.
Su choza y sus pertenencias son sagradas
Enardecido le dijo al gordo que si el gringo no le ponía el retrato donde estaba le dispararía con la escopeta entre las piernas. Ellos entendían el castellano y el gordo no les dijo lo que pasaba. De forma cordial les explicó que los recuerdos eran sagrados en esas tierras. Les comentó que los ecuatorianos y en especial él, le tenían gran aprecio a los norteamericanos. Que no dudaría en darle un recuerdo para que se llevasen si eso querían.
Ya teniendo el retrato en su sitio Antonio José accionó los percutores de la escopeta y los invitó a irse. El alcalde le dice que con eso están perdiendo los dos un fabuloso negocio. Ya tenía el retrato. ¿Qué más quería? Y le respondió que se fueran porque no hacía negocios con personas que no eran capaces de respetar lo ajeno.
El alcalde se enojó y le dijo que el que se iría era él, porque las tierras donde estaba eran suyas. Antonio José recordó que a él lo acreditaba poseer dos hectáreas de unas tierras pero a varias leguas río arriba. El alcalde entre risas le dijo que esas tierras no tenían dueño. Eso no pertenecía a nadie. Le dijo que las tierras eran del Estado y que él era el Estado.
Antonio José deseaba oprimir el gatillo pero se aguantaba. Imaginaba hacerlo. El alcalde al verlo tan furioso optó por salir rápidamente alcanzando a los norteamericanos. Al amanecer partió la lancha con dos tripulantes más a bordo, un colono y un jíbaro. Estos iban recomendados por el alcalde como conocedores de la amazonia. Mientras Antonio José esperaba al alcalde con su escopeta, pero ni se acercó.
Un paisano le aconseja cuidarse
La única persona en acercarse fue el paisano serrano y octogenario Onecen Salmudio, oriundo de Vilcabamba. Le comentó que la Babosa le había pedido acompañar a los gringos selva adentro. «Pero aunque me fue difícil le convencí diciéndole que a mis años era complicado llegar lejos. Me lo pidió hasta decir basta diciéndome que los gringos se sentían contentos porque también tenía nombre de gringo».
Antonio José le pidió que le explicase eso. «Pues paisano, Onecen es el nombre de un santo de los gringos. Mi nombre aparece en las moneditas y lo escriben separado con una letra adicional al final ‘one cent'». Después de escuchar al paisano le dijo que su intuición le decía que su visita tenía otro motivo. Él le respondió que quería decirle que se cuidara porque el alcalde le agarró rabia.
«Delante de mí les solicitó a los gringos que cuando lleguen a El Dorado hablaran con el comisario para que les enviara una pareja de rurales y así quitarle su casa». Este le respondió que tenía municiones con que defenderse. Las noches siguientes no logró dormir.
Volverán pidiendo ayuda
Una semana más tarde llegaron nuevamente los norteamericanos haciéndose notar al chocar contra los pilotes del muelle. Sólo llegaron tres de ellos y corriendo hacia la alcaldía. A lo poco llegó a su choza el alcalde con semblante amistoso, diciéndole que lo dicho era cierto. Que él estaba ocupando un terreno ilegalmente y que hasta podía detenerlo.
Ahora Antonio José le pregunta «¿Qué quiere de mí?». Éste le responde que tras la segunda acampada el jíbaro se fue con unas botellas de whisky. El colono les mostró seguridad de continuar porque querían fotografiar lo más cerca posible a los Shuar. El alcalde no entiende qué les atrae de esos indígenas desnudos.
Continuaron con el colono y en la cercanía de la cordillera del Yacuambi fueron atacados por monos. El alcalde no les entendió muy bien porque hablan al mismo tiempo y están como locos. Sólo sabe que en el ataque murió el colono y un gringo.
Algo tuvo que pasar
A todo esto Antonio José manifiesta que eso no puede ser cierto porque los micos no matan a las personas. De un punta pie se pueden arrojar a una docena. Él piensa que fueron los Jíbaros porque los Shuar evitan meterse en problemas. Aparte que los Shuar tienen mucho tiempo que se fueron de ese sitio.
Los micos atacan y por montones. Para entrar a su territorio, los Shuar se quitan todo lo que pueda ser llamativo para ellos, nada puede brillar, ni el machete. Todo lo envuelven y esconden. Si a un mico le atrae algo baja desde el árbol y lo mejor es dárselo. De lo contrario se irá, chillará y en cuestión de segundos caerán cientos de miles de ellos, agresivos y endemoniados.
El gordo ya no aguanta escuchar tanto. Suda sin parar. Le dice creerle pero que todo era su culpa por negarse a ir con ellos. Le dice que eso no hubiera pasado con él. Los gringos llegaron con una carta de recomendación de la gobernación y ahora el problema era inmenso. Le pide su ayuda.
Antonio José acepta ayudarlo
Le ofreció un trago de whisky y Antonio José lo aceptó porque quería conocer el sabor. El alcalde le explica que ellos quieren volver en busca de su compañero muerto y que les harán buena paga. Le dice que el único que podrá lograrlo es él. Lo acepta y le dice que él no tiene nada que ver en sus negocios. Tan pronto llegue con lo que quedó del gringo deberá dejarlo en paz. El alcalde también aceptó la condición.
Para Antonio José no fue difícil llegar al sitio donde el grupo acampó la primera noche. Rápidamente llegó a la cordillera del Yacuambi, que es una selva alta, colmada de frutos silvestres. En ella habitan varias colonias de monos. Pronto sin mucha vuelta vió las cosas que dejaron los norteamericanos antes de huír.
Los encuentra al instante
Muy cerca estaba el colono, lo reconoció por la calavera desdentada y pocos metros más adelante lo que quedaba del pobre norteamericano. Ya las hormigas se habían encargado de dejar el esqueleto limpio de ambos. Sólo le faltaba un poquito al segundo cuerpo para estar impecable.Hasta los cabellos lo trasladaban poco a poco.
Se sentó a fumar un cigarrillo mientras observaba a los insectos que no tomaban en cuenta su presencia. En eso escucha un ruido y se soltó la carcajada con lo que vio desde la altura. Era un mico que llevaba una cámara pero el peso lo dominaba cayendo del árbol. Terminó su cigarrillo y se dispuso a colocar los huuesos en un saco grande. El único objeto que recuperó fue el cinturón de hebilla plateada con una forma de herradura que los micos no pudieron quitarle.
Cree recuperar su paz y la pierde en un momento
Emprendió su regreso llegando sin problemas a El Idilio. Entregó lo que esperaban y como pidió, el alcalde lo dejó en paz. Antonio José sabía que debía cuidar esa oportunidad. Porque su paz estaba frente a su ventana mientras era «Un Viejo que Leía Novelas de Amor» poco a poco, admirando el río. Esos eran sus mejores momentos de vida.
Pero otra vez el alcalde amenaza su paz al obligarlo a participar en la expedición de la búsqueda de la tigrilla, herida por su pérdida y enloquecida.
CAPÍTULO SÉPTIMO
Fueron llegando de uno en uno los hombre para reunirse y salir a la expedición. El alcalde le ordenó a su mujer servirles café y patacones de banano verde, mientras les entregaba los cartuchos para las escopetas.
Les entregó a cada uno por parte del Estado tres cargas dobles para la escopeta, cigarros, cerillas y una botella de Frontera. Les dijo que cuando regresaran deberían firmarle un recibo por lo recibido. Emprendieron el viaje y Antonio José buscaba estar lo más alejado posible del grupo.
Los del grupo comían y él se mantenía caminando. El alcalde era el único que llevaba calzado, los demás iban descalzos en su caminata. El viejo sabía que todo cazador debe llevar un poco de hambre para así agudizar sus sentidos. El plan empezaba por llegar hasta el dueño de la mula Miranda. Después verían. Llevaban sus provisiones protegidas, hasta el sombrero de paja lo forraron con bolsa.
La lluvia no se detenía
Ya habían salido de El Idilio, se dirigían selva adentro y llovía muy fuerte. De repente los sorprendía el agua represada entre las hojas que les caía aromatizadas por las especias. Iban poco a poco porque el lodo no les permitía aumentar el paso.
Para acelerar el paso decidieron dividirse. La estrategia fue que adelante iban dos hombre abriendo camino con el machete, en el medio el alcalde que apenas podía respirar y atrás los restantes dos hombres terminando de cortar las ramas. Antonio José iba detrás del alcalde. El gobernante les ordenó montar las escopetas que iban sin las cargas colgadas a las espaldas. Era mejor estar prevenidos.
Le respondieron que era mejor llevar la munición seca en el bolsillo, pero les exigió hacerlo porque él era el que daba las órdenes. Ellos simularon hacerlo. Para las cinco horas ya tenían recorrido un poco más de un kilómetro.
El alcalde retrasa la caminata
A cada rato tenían que detenerse porque las botas del gordo se hundían en el fango. Al buscar sacarlo se hundía aún más hasta las rodillas. Lo sacaban y a los pasos se repetía de nuevo el problema. Se desapareció una bota, él ordenó que la buscaran y se negaron.
Le dijeron que debía caminar descalzo como ellos. Molesto se agachó para buscarla y como era de esperar no la consiguió. Le dijeron no hacer eso porque entre el lodo hay animales como escorpiones. El alcalde estaba furioso. Les dijo que no creería esos cuentos de vieja.
Pues Antonio José tomó una rama, la sumergió varias veces y en eso cayó un escorpión. El alcalde quedó mudo. El escorpión se volvió a hundir en el lodo. Este con su rabia sacó el revólver y lo descargó disparando los seis tiros hacia el animal. Se quitó la bota que le quedaba y la lanzó.
Aligeraron el paso
Ya podían caminar más rápido, pero en las subidas se detenían porque el alcalde lo hacía en cuatro patas mientras buscaba avanzar, retrocedía el doble. «Pise con el trasero y abra bien las piernas», le decían. Ya el gordo tenía los ojos rojos de la rabia. Buscaba trepar a su manera pero era imposible. Teniendo que hacer una cadena y tirar de él hasta la altura.
Descendían rápido porque el gordo lo hacía sentado, de espaldas o boca abajo. Lo hacía tan rápido que llegaba de primero, tapizado de lodo y ramas. Ya para la tarde el nubarrón se acercaba y el alcalde les dijo que no podían continuar. A Antonio José le pareció buena decisión.
Consiguen donde descansar
El alcalde dijo que lo esperaran en ese sitio y que iría a buscar un lugar seguro. Le entregó su escopeta a uno de ellos y les pidió que fumasen para orientarse en su regreso. Se adentró y se perdió entre la oscuridad. Consiguió un sitio muy rapido y regresó informándolo.
Llegaron al sitio, dos hombres cortaron las hojas de banano que les permitiría sentarse y dormir sobre ellas. A gusto se bebieron un merecido trago de Frontera. El alcalde dijo que sería mejor encender una fogata porque no le gusta la oscuridad y le respondieron que no. Si la tigrilla estaba cerca, ellos no podían verla y ella tampoco a ellos. Pero si encendían una fogata, ellos no la verían, pero ella sí.
Era mejor dormir, descansar y en lo posible evitar hablar. Acordaron los turnos de guardia. El viejo cubriría el primer turno y despertaría a su relevo. Exhaustos se durmieron rápidamente. Antonio José se encontraba sentado y recostado de un tronco. Por el ruido sentía estar cerca de un brazo de río o de un río pequeño crecido.
Los recuerdos se hacen presentes
Recordó cuando hace muchos años llegó a ver por primera vez un pez de río. También cuando en una tarde se metió en el río y un Shuar se lanzó indicándole peligro por los inmensos bagres guacamayos, que son mortalmente juguetones y amistosos. Ellos con un coletazo parten fácilmente la columna vertebral. De los Shuar aprendió que las pirañas no eran peligrosas, sólo las atraía la sangre. Para ahuyentarlas era suficiente untarse leche de caucho y listo.
Escuchaba el fuerte golpe del agua que podía provenir de un bagre guacamayo. Era un evidente ruido de vida en medio de la inmensa oscuridad. Como decían los Shuar: «De día, es el hombre y la selva. De noche, el hombre es selva».
El relevo se despertó antes de tiempo y se le acercó. Le dijo que se fuera a dormir pero el viejo prefiere hacerlo al amanecer. De repente escuchan un ruido que los alerta. Fue algo pesado. Se debe despertar a los demás sin hacer ruido. El hombre aún estaba levantándose cuando fueron atacados por una fuerte luz que salía de la vegetación y se hacía más brillante.
El alcalde no se limita
El gordo había escuchado el ruido y venía con la linterna. Inmediatamente le ordenaron apagar eso. Él les respondió que primero averiguaría el motivo del ruido, mientras la movía sin control y accionaba el martillo de su arma. Antonio José le botó la linterna de un sólo manotazo.
El alcalde le gritó y en eso sintieron un aleteo y seguidamente fueron bañados de excremento. Ahora deben irse antes de que las hormigas los devoren por las heces frescas. El alcalde no le quedó de otra que buscar muy rápido la linterna y correr detrás del grupo. Entre dientes lo insultaban por su inconsciencia. Entre caminar y caminar les cayó un aguacero. Le aclararon que su linterna provocó todo.
Por fin llega la claridad
Se lavaron muy bien. Entre el desastre ocasionado, ya empezaba a amanecer. Tenían la luz perfecta para continuar la caminata. Siguieron tres horas con dirección hacia el oriente, pasando por quebradas y riachuelos. Llegaron a una laguna y se detuvieron para comer. Juntaron frutos y camarones. Pero el alcalde se negó a comer eso sin cocinarlo.
Con mucho frío el gordo lamentaba no tener el calor del fuego. En eso Antonio José les dijo que era aconsejable bordear al río y no hacerlo de frente porque la tigrilla podría sorprenderlos. A los compañeros les pareció sensato y terminaron su comida con unos tragos de la botella.
El alcalde se perdió de vista y se dieron codazos entre ellos. Entre risas decían que iría a defecar y que pediría papel. Las carcajadas fueron interrumpidas por un espantoso grito del gordo seguido de seis disparos. Venía corriendo tratando de subirse los pantalones. Les decía que la tigrilla estaba detrás de él y que cuando fue a atacarlo le disparó. Que seguro estaría herida. Había que encontrarla.
Muere un inofensivo animal
Alistaron la escopeta y se fueron en la dirección que decía el gordo. Al caminar veían un rastro de sangre y el alcalde estaba exaltado. Más adelante estaba agonizando el animal más inofensivo de la selva, era un oso mielero. Eso les traería mala suerte. Era sabido por todos. Estaban tristes por lo sucedido. El gordo otra vez se estaba sin tener palabra que decir mientras recargaba su arma.
Ya estaba entrando la tarde cuando avistaron clavado en el árbol junto a su choza el descolorido letrero que indicaba el puesto que tenía Miranda. Decía Alkasetzer. El pobre colono que vivía solo desde que la su pareja lo abandonó, estaba a metros de su choza. La que era su pareja se había ido con un fotógrafo y decían que vivía en Zamora. Su único pariente era un hermano que había llegado con él y que murió de malaria hacía años.
Tenía la espalda abierta de dos zarpazos y al cuello se le veía la cervical. Llevaba en su mano el machete. Los hombres se lo llevaron hasta el puesto. Vieron adentro y aún estaba tibia la hornilla, se había consumido el combustible y ya estaban chamuscadas las mechas.
Es algo confuso
No entendían lo que había sucedido porque Miranda era un veterano. No apagó la hornilla, ni tomó su escopeta que estaba colgada. «Si estaba adentro como lo indicaba la hornilla, ¿Por qué salió al escuchar al animal?» Eran las preguntas que se hacían sin respuesta.
Se quedaron atónitos viendo el cadáver por un rato. Fumaron, bebieron, se pusieron a reparar la hornilla y con la aprobación del alcalde abrieron unas latas de sardinas. El alcalde indaga queriendo saber lo que hacía con las ganancias del puesto. Ellos le respondieron que era jugador y que sólo dejaba lo necesario para reponer la mercancía.
En eso entró Antonio José diciendo que afuera había otro cuerpo. Salieron despavoridos a verlo. Era Plascencio Punan. Estaba de espaldas con los pantalones abajo, el zarpazo lo tenía en los hombros y garganta. Cerca estaba enterrado el machete que no tuvo tiempo para utilizar. De seguro fue Plascencio quien trajo las colas de iguana porque ese animal no es de por aquí. Entonces ellos comían juntos.
Se encontraba haciendo sus necesidades cuando fue atacado. Todo da a entender que Miranda escuchó los gritos de su amigo y al salir presenció la espantosa escena. Por lo que su decisión fue ensillar a la mula para huir sin poder lograrlo.
CAPÍTULO OCTAVO
Lo que quedaba de tarde lo usaron en arreglar los cadáveres. Los colocaron en la hamaca de Miranda, juntos frente a frente. Así evitarían que cuando llegaran a la eternidad no fueran extraños. La cosieron y le amarraron piedras en las cuatro esquinas. Se los llevaron al lodazal cercano y tras un impulso los lanzaron.
Regresaron al puesto empezando el anochecer. El gordo estableció como serían las guardias. Dos de ellos estarían despiertos y pasada cuatro horas relevarían otros dos. Él dispuso no hacer guardias para dormir toda la noche.
Prepararon arroz con rebanadas de banano y cenaron. Antonio José limpió su dentadura al terminar y la guardó como era costumbre. Luego prefirió colocársela porque cubriría el primer turno. Seguidamente tomó la lámpara de carburo.
Antonio José se aferra a ser «Un Viejo que Leía Novelas de Amor»
En su vigilia se puso a leer y su compañero estaba asombrado. Al decirle que era de amor, porque él era «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», el otro se acercó interesado. Quería saber si era de mujeres calentonas, a lo que Antonio José cerró el libro y le dijo que no. Se trataba del amor que dolía. El compañero se alejó frustrado, se dio un trago, encendió un cigarrillo y se puso a afilar el machete.
Sin darse cuenta Antonio José les leía el libro desde la primera página a los tres compañeros y todos le prestaban atención. «Paul la besó ardorosamente…» Poco a poco entre palabras y palabras, intervenían los hombres, preguntando significados y hasta dando opiniones. Mientras el alcalde dormía. Se reían, fumaban, bebían y el gordo se molestaba por el ruido.
En una de esas se volteó y les dijo que Venecia era una ciudad construida sobre una laguna. El alcalde les dió detalles. Nunca a ido pero le gustaba leer y sabía cómo era. El gordo casi explotó con las opiniones de los tres hombres. Cuando iba a volver a hablar el viejo hizo un gesto y todos se callaron. Tomaron sus armas y apagaron la lámpara.
La tigrilla está cerca de ellos
Se escuchó perfectamente el ruido de un cuerpo moviéndose con discreción. Se notaba como el sonido se movía rodeando la choza. El alcalde gateó hasta donde se encontraba el viejo. El animal estaba afuera y ya los olió. El gordo en su susto y desesperación se levantó, llegó hasta la puerta y descargó el revólver disparando sin ver.
Encendieron la lámpara y el alcalde cargaba nuevamente el arma. Les dijo que por estar hablando el animal se les escapó. Le respondieron que se había ido por su ignorancia de dispararle en vez de dejarlo tomar confianza de caminar afuera. Hubiera sido un blanco fácil.
Cuando amaneció salieron a revisar. No había rastro de sangre. Las huellas aún estaban visibles y se perdían entre la densa selva. Volvieron a la choza y tomaron café. Aseveran que lo peligroso es que se encuentra rondando a menos de cinco kilómetros de El Idilio. Llegaría más rápido que ellos, porque tiene cuatro patas, salta los charcos y no se hunde en el lodo. Evidentemente el gordo estaba ridiculizado frente a ellos.
El nuevo plan del alcalde
Para arreglar su desastre le pidió a Antonio José hacer un trato. Por ser el veterano y ellos una molestia, le asignaría rastrearla y matarla. El Estado le pagaría cinco mil sucre al lograrlo. Debería quedarse solo en la choza y hacerlo como fuera su preferencia. Mientras ellos regresarían a El Idilio.
Lo único coherente es regresar a el poblado porque el animal está cerca y lo mejor es colocarle una trampa allá. El alcalde deseaba hacerlo a un lado y no lo lograba. A Antonio José no le era relevante la opinión del gordo y menos la recompensa. Su intuición le decía que la tigrilla estaba cerca. Sentía que el animal buscaba morir en un enfrentamiento. Cara a cara con un humano.
El alcalde quiere saber su respuesta y él aceptó sin objeción. Sólo les pedía le dejasen más cigarrillos, cerillas y cartuchos. El gordo se sintió aliviado. Recogieron sus cosas, se despidieron y se fueron. En eso Antonio José aseguró las ventanas y puerta de la choza.
La soledad lo intimida
Al empezar a oscurecer retomó su lectura. Bajo ningún motivo olvida que es «Un viejo que Leía Novelas de Amor». Volvía a repasar desde el principio. Sus pensamientos iban en distintas direcciones. No podía concentrarse. Quizás sentía temor. Vino a su mente el recuerdo de un proverbio Shuar que aconseja esconderse del miedo y decidió apagar la lámpara.
Se acostó con su arma en el pecho. Así esperaría la calma de sus pensamientos. Está consciente que no es la primera vez que enfrenta a una animal de esas condiciones. Piensa que quizás podría ir tras el grupo. Igualmente piensa que debió decirles que no se separaran, que no durmieran y que descansaran a la orilla del río. Y con todas esas advertencias sigue siendo fácil atacarlos.
Los cazadores emanan miedo, por eso son buscados y el pánico los hace matar. Ellos serán una presa apetecible. En cambio Antonio José no es cazador porque no siente miedo. Eso lo percibe perfectamente el animal. Un cazador regresa con las pieles de animales indefensos, nunca con las pieles de verdaderos animales enloquecidos como la tigrilla.
Siente algo que no entiende
Recordaba cuando llegó a matar en dos oportunidades a verdaderos animales enloquecidos, por rabia a lo sucedido, justicia o tristeza. Igual llegó el recuerdo de otra estrategia para atrapar a una tigrilla. Fueron tres largos días de espera hasta lograr ganar el ataque por petición de los colonos.
Esperar acostado con el arma en el pecho es la mejor estrategia. Toda clase de preguntas daba vueltas por su cabeza. Sabía que con cuatro hombres muertos la tigrilla sabía tanto de los humanos como él de estos felinos. Quisiera que estuviera con él su compadre Nushiño. Pero siente que su compadre le dirá que no es un Shuar. Caza como los blancos con escopeta y no como ellos.
Piensa que el miedo lo encontró y no puede esconderse. Amaneció, tomó café y preparó las cosas. Al tener todo listo se fué al ataque. La buscaría hasta encontrarla. Analizaba con detalle todo lo que veía que le daba a entender la cercanía y conducta del animal.
Ya sabía todo lo que necesitaba, sólo faltaba encontrarla. Aumentó su radio de búsqueda bajo la fuerte lluvia. Dejó de llover y eso era alarmante. La evaporación no lo dejaría ver.
La tigrilla se dejó ver
Estaba bajo un claro de nubes que lo tenía encandilado. Se restregó los ojos y se apuró para salirse lo más rápido que puediese y entonces la vió. Estaba muy cerca, a unos cincuenta metros hacia el sur. Se movía lento y le mostraba su hocico abierto. Era grande, calculó que de cabeza a rabo mediría sus dos metros.
De repente desapareció ante sus ojos y volvió a aparecer pero en dirección norte. Por suerte empezó a llover. La tigrilla se dejaba ver en esas repetidas trayectorias, norte-sur. Él le dijo que se llamaba Antonio José Bolívar Proaño y que tenía de sobra paciencia.
Al llegar la oscuridad se dio cuenta que la tigrilla estaba esperando atacarlo al anochecer. Debía irse, tan sólo disponía de una hora para alcanzar la orilla del río y encontrar un lugar seguro. Esperó el momento justo en el recorrido del animal y se lanzó en pos del río.
Es atacado sin esperarlo
Logró llegar a un terreno con su escopeta en el pecho. Estaba seguro de culminar su maniobra de alcanzar al campamento abandonado de los buscadores de oro. Estaba próximo al río cuando lo atacó. Le descubrió su escape y actuó silenciosamente paralela a él.
Lo empujó con las patas delanteras haciéndolo caer y rodar cuesta abajo. Quedó aturdido y mareado. Se hincó con su machete tomado de las dos manos y esperó el ataque final. La vió arriba, al borde de la pendiente. Le impresionaba que lo veía desde lejos sin atacarlo. Lentamente logró recuperar la escopeta.
No le quitaba la mirada. Rugió y se echó en sus patas delanteras. Se notaba lo cansada y triste que se encontraba. Él sabe que a esa distancia puede dispararle en la cabeza sin fallar. En eso llega el macho, muy cerca de ella, agonizante con un muslo casi desgarrado por perdigonazo. Al ver la escena entendió que ella buscaba para calmar su dolor un tiro de gracia.
El macho se le acercó y lo sacrificó para que no sufriera más. Volvió a cargar su arma y se dirigió a la deseada orilla del río. Al voltear vio a la hembra acercarse al macho sin vida. Cuando llegó al puesto abandonado de los buscadores de oro no existía construcción. El aguacero derribó todo.
Debe refugiarse rápidamente
Dió un vistazo y su salvación era una canoa que estaba volcada. Agarró unas lonjas de banano y se escondió bajo la canoa. Tuvo inmensa suerte. Ya seguro, comió y encendió un cigarrillo. Se quedó dormido teniendo un sueño curioso y extraño. Sintió que era su propia muerte que se disfrazaba para sorprenderlo. Si lo logra es porque no es el momento. El brujo Shuar le ordena cazarla. El sueño continuaba haciéndolo agonizar de miedo.
Se da cuenta que la tigrilla está sobre él y que se resbala en su movimiento. Pensaba que quizas era cierto lo que decían los Shuar de que «El tigrillo sentía el olor a muerto que muchos hombres emanan sin saberlo».
Ella lo meaba, estaba enloquecida. Lo consideraba muerto antes de que lo atacara. Pasaron las horas y amaneció. Él abajo y la tigrilla arriba. Ya para el medio día se bajó. De pronto siente algo a un costado y es la hembra cavando con sus patas. Ella entraría porque él no salía. Se arrastró de espaldas hasta el otro extremo. Así evitaría que lo alcanzara su garra. Logró dispararle en la pata hiriéndola y saliendo herido él también en el empeine del pie.
Estaban en las mismas condiciones. Escuchó que se alejaba. Levantó un poco la canoa y la vió más adelante mientras se lamía su pata herida. Recargó el arma y dió vuelta a la canoa. Eso le produjo un dolor desesperate en el pie. Entre tanto el animal se puso en posición para calcular el ataque.
Todo llega a su fin para «Un Viejo que Leía Novelas de Amor»
Él se hincó, el animal corrió y en el salto le mostró sus garras y colmillos. Esperó la cumbre de su salto y le disparó. La tigrilla cayó con el pecho abierto. El viejo Antonio José Bolívar Proaño se levantó y se acercó al animal asombrado de verlo destrozado por los perdigonazos. Era verdaderamente un animal asombroso. La acarició y lloró porque para él no fue un triunfo.
Arrastró al animal para que se lo llevara el río y arrojó la escopeta. Se quitó la dentadura postiza, la guardó en el pañuelo. Cortó una gruesa rama y se fue apoyado en ella rumbo a El Idilio, maldiciendo a todos los que atacan la virginidad del amazonia. Iba hacia su choza donde lo esperaban sus novelas de amor que les hacía olvidar por un momento lo que podía llegar a ser la barbarie humana.
Valores Demostrados en la Narración de «Un Viejo que Leía Novelas de Amor»
A través del relato de la novela «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», se pueden apreciar los siguientes relevantes valores:
- Esperanza
- Gratitud
- Responsabilidad
- Sacrificio
- Amistad
- Amor
- Respeto
- Generosidad
- Paciencia
- Confianza
- Cooperación
- Compromiso
Dimensión Ecológica de la Obra
En esta obra literaria, «Un Viejo que Leía novelas de Amor», el autor Luis Sepúlveda plasma la relación hombre – medio ambiente de una manera clara. Demuestra la importancia de la conservación y respeto hacia la flora y fauna, imprescindibles para el equilibrio del ecosistema.
Este relato tuvo como punto de partida la convivencia que experimentó con la tribu indígena Shuar, en la selva amazónica de Ecuador. De la misma forma que lo hizo su personaje Antonio José Bolívar Proaño.
El autor invita al lector a reflexionar acerca de los daños irreversibles que ocasiona al ambiente la búsqueda indiscriminada de oro, al citar el oficio practicado. Igualmente lo hace al nombrar la caza fuera de temporada y peor aún de especies prohibidas.
Análisis de Reseñas de «Un Viejo que Leía Novelas de Amor»
Seguidamente se muestra un breve análisis de las reseñas publicadas provenientes del medio de la literatura. Respecto a la obra «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», del autor Luis Sepúlveda.
Personalidades
La escritora peruana-canadiense Roxana Orué, quien se destaca por ser autora de poemas, cuentos, ensayos y crítica literaria. Comentó que el relato de la novela «Un Viejo que Leía Novelas de Amor» es corto, pero al leerlo se siente largo por el manejo de contenido y ambiente. El autor hace que se sienta la vida de los Shuar e induce a investigar y conocer más sobre esta tribu indígena, al igual que florezca la inquietud de su protección.
Rodrigo Malaver Rodríguez, quien se desempeña como docente en la Universidad Nacional de Colombia. Igualmente en la Universidad Pedagógica Nacional y Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Comentó en su tesis que la urgencia de reevaluar paradigmas como el de selva es vital en la cultura. Un ejemplo de ésta necesidad se ilustra a través de «Un Viejo que Leía Novelas de Amor».
El académico Juan Gabriel Ayala, quien se desempeña en el Departamento de Artes y Letras. Es autor de cuentos, novelas, obras teatrales e investigador y profesor de literatura de la Universidad del Bío-Bío. Comentó que la calidad de la obra «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», es de gran importancia para el actual mundo literario.
El Doctor en Filosofía y Letras y también Doctor en Ciencias de la Educación José Carlos Saranda. Comentó la importancia de los temas que maneja el autor de «Un Viejo que Leía Novelas de Amor». Como lo son la defensa de la naturaleza, la bondad del hombre salvaje y el comportamiento del ser humano frente a una costumbre.
Enlace Web
Traslalluvialiteraria, que se dedica al análisis literario, comentó que el autor de «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», regaló una historia encantadora donde se demuestra que con poco contenido se puede abarcar la perfección de una narración.
Biografía del Autor Luis Sepúlveda
Luis Sepúlveda, autor de la maravillosa y fascinante novela «Un Viejo que Leía Novelas de Amor», nació el 04 de octubre de 1949 en Ovalle, Chile. Su infancia y juventud fue bajo el apoyo, cuido y compañía de sus abuelos paternos. Inició sus estudios en la Escuela de Santiago de Chile y posteriormente en la Universidad Nacional de Chile donde estudió Producción Teatral. Quizás de su abuela llegó a heredar su entusiasmo, deseo e inteligencia por y para el medio literario. Ella todos los días le leía o narraba historias fascinantes.
Obtuvo una beca que lo llevó a Moscú pero al poco tiempo lo expulsaron. Laboró en el Departamento Cultural durante el mandato de Allende. Fue encarcelado por más de dos años después de producirse el golpe militar de Pinochet.
Obtiene la libertad condicional por medio de la conciliación de la Amnistía Internacional. Se va a la ciudad portuaria de la costa de Chile, Valparaíso. Allí fue integrante de un grupo teatral pero lo encarcelaron con una pena a cadena perpetua. Volvió a intervenir la Amnistía Internacional logrando darle libertad.
Alcanza el equilibrio
Se exilió, fijando residencia en distintos lugares hasta establecerse en Quito, dirigiendo una compañía teatral. Participó en una expedición de la UNESCO que lo llevó a la selva amazónica de Ecuador. Allí estudiaría el impacto ambiental de la colonización de la tribu de los indígenas Shuar.
Combatió en Nicaragua a través de la Brigada Internacional Simón Bolívar. Viajó para Alemania llegando a trabajar como periodista y corresponsal en países de América Latina y África. Durante cinco años, desde 1982 hasta 1987, estuvo embarcado en un buque de Greenpeace. Posteriormente les trabajó como coordinador. Su residencia actual está fijada en Gijón, España.
Es un destacado autor de novelas y relatos cortos, colmados en temas ecológicos y autobiográficos. Fabuloso exponente del realismo mágico, periodista y cineasta. Obtuvo la Orden de las Artes y Letras Premio Gabriela Mistral en el año 1976. Su gran obra notable es «Un Viejo que Leía Novelas de Amor» (1988) que obtuvo los premios Tigre Juan (1989), France Culture Etrangêre (1992) y Relais H d’Roman de Evasion (1992).
Si este artículo fue de tu agrado, también podrían ser de tu interés los siguientes enlaces:
Las Ventanas del Cielo (Libro)
Resumen Historia de una Gaviota y del Gato que le Enseño a Volar